Hilario Mollar, el boyerito que fue senador

Por Margarita Mollar (*) | Especial para MuHLI

Oriundo de Alto Alegre, en Leones Hilario Mollar logró dejar su huella a través de su talento para el comercio y una activa vida política. Sus convicciones e ideales le permitieron superarse a sí mismo, dejando atrás su infancia de peón rural para convertirse en senador provincial a los 60 años, con la restauración de la democracia. 

Referente del radicalismo cordobés, fue dos veces concejal de Leones (1963-1966 y 1973-1976), presidente de la UCR local y uno de los fundadores de la Juventud Radical de Córdoba. A su vez, se desempeñó como congresal de ese partido. Sarmientista de la primera hora, también ocupó la vicepresidencia de ese club deportivo. Solo dos cuentas le quedaron pendientes: ser intendente y presidir la institución albinegra. A inicios de 2024, se cumplirá un siglo de su natalicio.

Campaña de 1983.

Su infancia y juventud

Hilario Mollar nació en la zona rural de la pequeña comuna de Alto Alegre (departamento Unión, Córdoba), un 11 de enero de 1924. Recibió ese nombre de pila porque cuando su padre fue a anotarlo al Registro Civil tiempo después, viajando en sulky, justo resultó ser el día de San Hilario, de allí que fue registrado el 13 de enero en el vecino poblado de San Antonio. Murió en su querida ciudad de Leones en noviembre de 2007, a los 83 años de edad. 

Fue el último hijo varón del matrimonio de Francisco Mollar y Margarita Demicheli, quienes se habían asentado en dicho poblado de reciente fundación para compartir tareas en las tierras de la familia y formar un hogar conviviendo en la casa grande junto a los padres de Francisco y algunos de sus hermanos. 

Allí nacieron siete hijos: Juan, Benito, Domingo, Magdalena, Anita, Hilario y María Rosa, quien falleció al año de vida. Lamentablemente, el período de buenaventura duró muy poco ya que en la década del ’30, las malas opciones de Francisco y la crisis económica signaron la vida de todos los integrantes. Al perder los campos, la familia quedó reducida a la extrema pobreza y se disgregó. 

El matrimonio y tres hijos se refugiaron en Leones, donde ya vivía un hermano de Margarita, Domingo Demicheli; los tres varones mayores permanecieron por un tiempo en Pozo del Molle y La Playosa, contratados en haciendas hasta instalarse también en Leones. Hilario y Anita, niños aún, salieron a trabajar para mantener a sus padres.

Hilario fue un niño sacrificado que conoció la pobreza. Criado en el campo por patrones y rudos peones mayores, a los siete años fue empleado como “boyero” (peoncito rural infanto juvenil) a cambio de un plato de comida y la posibilidad de dormir en galpones, sobre bolsas de arpillera y junto a los perros. 

Mi padre siempre recordaba que don Tránsito -un peón mayor y respetado vecino del sector “El Pueblito” (actualmente barrio La Fortuna), que lo protegía  y adiestraba en los gajes del oficio- muchas veces le decía: “Nene, no comas esa porquería porque te va a hacer mal” y entonces sacaba de una bolsa un trozo de mortadela, salame o queso y pan para compartir.

Esa experiencia campestre lo convirtió en un hombre resiliente, dispuesto a superar todas las dificultades que se le fueron presentando, a veces con osadía y desparpajo. Emprendedor, a pesar de su corta edad, realizó todo tipo de tareas: peón, mozo, vendedor ambulante y repartidor de la casa de ramos generales Valfré Hermanos. 

Al retornar del servicio militar en la Base Aeronáutica de Mercedes (San Luis) ingresó como empleado en La Aurora S.A., llegando a ser nombrado encargado de compras de la sección almacén. Allí fue obligado a renunciar por sus dueños por haber participado de un mitin radical en épocas del primer gobierno peronista. En su tiempo libre, complementó ese trabajo con la atención de la boletería del Cine Teatro Empire, propiedad de Bernardo Canale. 

¿Tiempo y espacio para los estudios? poco y nada. Unos años de escolaridad primaria nocturna en el Colegio Parroquial Belgrano, del Barrio Sur, y una certificación de final de ciclo extendida por la Escuela Fiscal. Los aprendizajes de Hilario se dieron en la calle, en la vida, en el mundo del trabajo y de la política. 

En 1948, contrajo matrimonio con Pierina Spiluttini, con quien tuvo tres hijos: Margarita (1950), docente; María de los Ángeles (1957), bioquímica y farmacéutica e Hilario Amadeo (1959), periodista. Luego, llegaron ocho nietos: María Celeste Chiara; Juan Pablo, José Martín, Carolina y Andrea Césari; Leandro, Luciano y Mariana Mollar. Tras su divorcio, y en el ocaso de su vida, contrajo enlace en segundas nupcias con Norma Zamora.

Hilario y Pierina junto a sus nietos. 

Sus amigos de la juventud fueron Carlos Bazán y familia, Carlos Lione y familia, Ítalo Colombo y su señora Neci Comino de Colombo, Antonio Chiappero, miembros de la familia Comino y Ordazo, Juvenal Eandi, Albino Reale, algunos empleados de La Aurora e integrantes de las comisiones del Club Sarmiento y del Cine Empire. 

También, amigos de la militancia radical como los hermanos Lorenzo, Vicente y Remigio Pelizzari; los médicos Luis Faya, Francisco Grosso, Eduardo San Martín y Rogelio Ramón Rodríguez; Ernesto Matavos; Piro Partridge; Juan Nani; los hermanos Armindo y Ernesto Serassio; Silvio Liberatti; Arturo Quinteros; Eduardo Pero; Félix Ricart; Manuel Campos; José Spagnuolo y Aldo Oliveto… una nómina interminable, a la que se agregan en el periodo angelocista, ya a fines del siglo XX, los hermanos Carlos y Jorge Pandolfi, Rodolfo Pelizzari, Aldo Pandolfi, Héctor Calvo y Alberto Begil. 

En épocas sin televisión ni celulares, en el negocio familiar se recibían dos o tres periódicos diariamente. Alrededor de las siete de la tarde, comenzaban a llegar sus amigos de la política y del club. Entre cliente y cliente, surgía la tertulia… charlas y discusiones entre amigos y correligionarios, donde se debatían las noticias del día, aportando cada uno su punto de vista e intercambiando sus fuentes de información.

Junto a amigos del Cine Empire, década de 1950.

Deportes, aves y liderazgo

El fútbol fue una de sus grandes pasiones: River y, en Leones, el Club Sarmiento. Como no era muy dotado para el deporte, sacó a relucir sus aptitudes dirigenciales y de conducción, formando parte de la Subcomisión de fútbol del equipo albinegro en la época gloriosa de los años ´60 y principios de los ´70, la cual presidió durante muchos años, al igual que la institución, ocupando el cargo de vicepresidente durante la conducción de Santiago Reale. Fue una comisión directiva de salvataje, cuando esa entidad deportiva y social estaba en grave riesgo de desaparecer por sus deudas, pérdida de socios y deterioro general. 

Mollar también participó activamente en la organización de la Exposición Ganadera, Industrial y Comercial de la entidad, la cual tuvo gran repercusión regional. Pese a ser sarmientista, en una oportunidad fue invitado por el Club Leones para ocupar un cargo importante en la organización de la Fiesta Nacional del Trigo.

Hilario tenía un hobby: criar aves de corral de raza Leghorn, batarazas y Rhode Island Red. Esa vocación le permitió obtener importantes premios y distinciones de las Sociedades Rurales de Río Cuarto, Rosario y San Francisco, donde sus gallináceos llegaban a campeones/as o grandes campeones. 

En cuanto a las aves exóticas para exposición tenía faisanes, pavos reales, codornices, sedosas y tenebrosas de Japón, al igual que variedades de canarios y gallinas ponedoras de las razas mencionadas. Fue uno de los 10 criadores expositores más importantes del país, registrado en la Sociedad Rural Argentina, que certificó el pedigrí de sus ejemplares. 

A partir de esa experiencia y de sus contactos, instaló un criadero, peladero y eviscerado de pollos. Incluso, llegó a tener un avance tecnológico para la época: una incubadora de pollitos. Se trató de un establecimiento avícola modelo, con más de mil unidades, mencionado en informes y artículos de revistas especializadas. Este gran esfuerzo familiar e inversión le permitió abastecer a gran parte de Leones con ese producto cárnico, pero solo produjo déficit comercial.

La política, el motor de su vida

Más allá de su afición por el deporte y las aves, su máxima pasión fue la política, a la que le dedicó su vida. Para decirlo con mayor precisión: la política y la Unión Cívica Radical. Esa vocación comenzó desde pequeño: en sus años de peoncito, ese pibe de siete u ocho años al que mandaban a dormir al galpón con la peonada, solía escuchar hablar de Yrigoyen en ese ámbito.

Uno de esos peones -don Tránsito, criollo de la zona de “El Pueblito”- lo llevó  a las reuniones del Comité radical del pueblo. Desde entonces, ese lugar se convirtió en su segundo -y a veces primer- hogar. Allí comenzó ayudando a sus mayores a pintar leyendas partidarias en las tapias del pueblo.

Así fue como a los 14 años se acercó al Comité Radical de Leones “para cebarle mate a los doctores” y allí se encontró con quien sería su referente y padrino político, Amadeo Bertini. Luego, conoció a Amadeo Sabattini, a quien siguió visitando en Villa María hasta su deceso. El leonense Pascual Zanotti fue una especie de mecenas para su vida, la persona que lo ayudó a desarrollarse económicamente.

A partir de ese momento se hizo militante a tiempo completo de la UCR, cuyos correligionarios mayores empezaron a enseñarle las primeras letras. Casi podría decirse que aprendió a leer y a escribir para conocer y practicar la política desde su militancia inclaudicable por el radicalismo. Muchos años después, cursó estudios primarios acelerados en una escuela nocturna.

Su vínculo con Illia

Arturo Illia fue siempre el referente y maestro a quien nuestro padre siguió, visitó y, eventualmente, fue visitado. Siguiendo los pasos de este líder radical, más adelante se sumó a la Línea Córdoba del radicalismo, una reformulación del sabattinismo al que había pertenecido. 

Entre las anécdotas familiares aparece un recuerdo de principios de la década del ’60, cuando nos visitó una prima hermana de nuestra madre, de nacionalidad francesa. Hilario la llevó a recorrer la provincia de Córdoba con toda la familia. En Cruz del Eje, pasamos a saludar a Arturo Illia en su domicilio y nuestro padre lo invitó a llegar hasta la zona del dique, donde comimos “un asadito al pie de la parrilla”. 

Encuentro de correligionarios con Illia en el patio de la casa de Mollar.  

Arturo Illia saluda al ex intendente Pedro Zanotti durante una visita a Leones. 

Al desocuparse, Illia vino al lugar y compartió unos bocados con el grupo familiar y se retiró. En tal circunstancia, Hilario se lo presentó a esta prima como “el futuro presidente de los argentinos”. Quizás fue la simpleza y humildad de este médico rural lo que la descolocó, pues su rostro denotó confusión y asombro. En el viaje de regreso, la extranjera -aprovechando que nuestro padre no entendía el dialecto furlán- le preguntó a mi madre si su esposo desvariaba. 

El 7 de julio de 1963 se celebraron elecciones municipales en Leones, donde la UCR Intransigente resultó vencedora y Pedro Zanotti asumió nuevamente la gestión, esta vez, como intendente municipal. Hilario Mollar formó parte del Honorable Concejo Deliberante representando a la UCR del Pueblo, cargo que ocupó hasta el golpe de estado que depuso al entonces presidente Arturo Illia, ocurrido el 28 de junio de 1966.

Concejales de Leones periodo 1963-1966.

Resiliencia: entre detenciones y dictaduras

Hilario Mollar fue preso varias veces por defender sus ideas políticas: durante el segundo mandato de Juan Domingo Perón, en tiempos del presidente de facto Juan Carlos Onganía y en la última dictadura militar. Nunca se victimizó en público por eso, pero en privado decía que cada detención que padeció era “una escarapela en mi pecho de ciudadano”. Su domicilio fue allanado y violado por hordas en varios momentos políticamente críticos. 

En 1955, su militancia apasionada y muy expuesta y su carácter fuerte y frontal, que no callaba opinión de absoluta oposición a la política peronista, le valieron su detención e incomunicación durante el período de la llamada Revolución Libertadora, siendo además uno de los motivos por lo que debió renunciar a su empleo en La Aurora.

Una vez despedido por persecución política, buscó ser independiente y empezó con un localcito de venta de golosinas, café y galletas, que fue creciendo hasta convertirse en una cafetería, confitería y despensa que tuvo su etapa de prosperidad. Montó un tostadero de café como no había otro en la zona, para lo cual hasta visitó al dueño de La Virginia, en Rosario, quien lo asesoró. Además, fue personalmente a entrevistarse con Felipe Fort, dueño de La Delicia Felfort, quien le ofreció la representación de su marca en toda la provincia de Córdoba.

Así, comenzó su etapa de comerciante y propietario de un emprendimiento que se transformó en el sustento de la familia durante más de 30 años: Casa Mollar, confitería, cafetería y despensa. Una empresa que llevó adelante junto a la incondicional ayuda de Pierina y de sus tres hijos.  

Su firme convicción política fue atravesando diferentes épocas, entre gobiernos de facto y la recuperación de etapas democráticas. El 11 de marzo de 1973, el triunfo del peronismo se festejó en Leones arrojando piedras contra la vidriera de Casa Mollar, protegida por una persiana metálica, hasta que intervino el sindicalista Adalberto Campos (segundo de Lorenzo Miguel en la Unión Obrera Metalúrgica) para pedirles a sus compañeros que se dispersaran, tras abrazar a mi padre delante de los manifestantes violentos y sostener: “Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”. (1)

Por entonces, su casa -en Avenida Libertador 1270- era un poco como la Jabonería de Vieytes: el escondite ideal donde concurrían personalidades como Arturo Illia, Eduardo Angeloz, Víctor Martínez, Carlos Becerra (padre), Conrado Storani, el ex senador nacional José Zamanillo (padre), Domingo Uriarte y Toledo, entre otros dirigentes. 

Años después, cuando el 24 de marzo de 1976 se produjo el golpe militar, se ordenó por decreto ley el cierre de los partidos políticos y la prohibición de sus actividades. Las pertenencias del Comité de la UCR Leones “Fernando F. Igoillo” fueron guardadas judicialmente en un galpón-garaje de mi padre. 

Su vecino –el dirigente peronista Francisco “Chiquinín” Chiapero, responsable de la unidad básica “Unidad y Lealtad” del PJ- no tenía dónde depositar los papeles y símbolos del peronismo leonense. Fue así que durante toda la dictadura el cuadro del matrimonio Perón-Eva vestidos de gala y el del General montado en el caballo pinto convivieron en el mismo rincón con las imágenes de Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Ricardo Balbín, Arturo Illia y Amadeo Sabattini, además de fichas de afiliación y libros de actas, entre otras pertenencias. El día que se levantó la veda política, entre el polvo y los ácaros, un escribano certificó el buen estado de conservación y uso de esos objetos.

A fines de la década de 1950, un accidente de trabajo expuso a Hilario a un sinnúmero de  sucesivas y complicadas intervenciones quirúrgicas de implantes e injertos óseos. No obstante, eso no le impidió seguir creciendo y expandiéndose en lo personal, comercial y político, participando de encuentros y reuniones partidarias. La resiliencia… una palabra clave que acompañó los diferentes momentos de su vida. 

Protagonista del regreso de la democracia

En dictaduras, mi padre siguió militando como si fuera un evangelizador. Se iba hasta el campo a ver a una familia para convencerles o pedirles que votaran a tal o a cual. Muchas veces, fastidiaba a sus interlocutores. Durante esos años, el Comité Radical funcionó clandestinamente en el domicilio familiar, donde se llevaron a cabo reuniones con la participación de muchos políticos de reconocida trayectoria.

En 1974, Mollar también presidió el Comité del Circuito “Fernando F. Igoillo” y fue delegado departamental en el Comité Provincial. Toda esa experiencia dio sus frutos al reactivarse la actividad política, a mediados de 1982. Por entonces, Hilario era el político más organizado de Leones y, probablemente, de todo el Departamento Marcos Juárez. Contaba con agenda propia, contactos, afiliados, militantes.

Fiel a sus correligionarios, adhirió a la Línea Córdoba de Arturo Illia, Eduardo Angeloz y Víctor Martínez. Pero a diario era tentado por balbinistas, alfonsinistas y Luis León, precandidato presidencial yrigoyenista. Fue así como Mollar -quien siempre había soñado ser intendente- se encontró con la posibilidad de lograrlo en las elecciones de 1983. 

Mollar jura como senador provincial.

Sin embargo, Hilario se postuló como senador provincial por el Departamento Marcos Juárez, compartiendo fórmula con Domingo Uriarte, de la ciudad homónima, quienes lograron el triunfo. El 30 de octubre de 1983, la UCR ganó las elecciones, lo que permitió que se convirtiera en senador provincial. Así, el niño boyero llegaba, a sus 60 años, a la Legislatura. Tras su primer mandato de dos años (1983-1985), fue reelecto para un segundo período de cuatro años (1985-1989), esta vez junto a José Zamanillo (hijo), totalizando seis años como senador provincial. 

Más que legislador, su trabajo incansable fue de gestor para atender las necesidades de los más pobres, las escuelas, los asilos de ancianos u hogares de día, los jardines maternales o guarderías, centros de atención primaria de salud y hospitales, con el fin de obtener pensiones graciables destinadas a ancianos indigentes. Una tarea más social que política. Cientos de personas lo esperaban semanalmente en cada pueblo, que él recorría con su propio Fiat 128, para entregarle cartas, números de expedientes, carpetas. Todas eran demandas que él llevaba directamente a cada ministro, jefe de Policía o al mismísimo gobernador.

Reunión de comisiones en el Gobierno provincial durante el periodo de Eduardo Angeloz.

Eran tiempos en que Leones no tenía agua potable, gas en red ni cloacas. El municipio no podía pavimentar ni una cuadra por falta de recursos, las escuelas carecían de baños dignos y tenían goteras, humedad, falta de calefacción y de ventilación. Esto se repetía en toda la región, pese a ser una zona de riqueza potencial.

En esos años, Mollar también era el responsable de distribuir las cajas de alimentos, útiles escolares, guardapolvos y zapatillas de los programas asistenciales de la Nación y de la Provincia. Los elementos se guardaban en las instalaciones que habían sido del tostadero de café familiar, lo cual dio lugar a habladurías sobre el manejo de esa ayuda social. Sin embargo, nuestro padre guardaba allí las cajas para controlar personalmente que no hubiera ninguna avivada por parte de nadie. Solo él tenía las llaves del lugar.

Un hombre de palabra

Trabajador incansable, polifacético, hombre de acción, pragmático, extremadamente puntual y de carácter fuerte y determinado. Hilario Mollar era tenaz, terco y obstinado, sumamente responsable. Para él, la palabra dada era sagrada y debía respetarse y cumplirse. 

Ese perfil también se tradujo en su rol como senador, teniendo asistencia perfecta en las sesiones de la Legislatura. Hilario llevaba una rutina de visitas y seguimiento a los comités e instituciones del Departamento Marcos Juárez, lugares que recorría una o dos veces al mes, sin previo aviso, para ver cómo funcionaban y cuáles eran sus necesidades. A su vez, tenía oficinas en Leones y Marcos Juárez. 

Uno de sus jóvenes secretarios de Córdoba aseveró que al “Viejo” –tal como lo llamaban, ya que había entrado a la Senaduría con 60 años- no podían seguirle el ritmo. Era agotador. Horacio Gastaldi -integrante de la Juventud Radical de Leones que por entonces apoyaba a Mestre, al igual que Manuel Palacios- ejemplifica ese aspecto:

A Hilario lo conocía por su gestión y por su intervención en el trámite para conseguir la RC2, pero lo traté más íntimamente cuando se unió a nosotros en el Comité. Por entonces, era muy reconocida su capacidad de trabajo y férrea determinación, que lo sostenía políticamente. Resultaba difícil frenarlo por su estilo de gestión y manejo. Era el típico político de raza, al viejo estilo. Allí estaba su ADN. Tenía una forma muy particular de hacer proselitismo: visitaba personalmente a cada uno en su domicilio, puerta por puerta, y hablaba directamente con la familia; horas, si era necesario, sin intermediarios. Convencerlos, persuadirlos y empeñar su palabra. Y así, nadie se le negaba. (2)

En los años de la recuperación de la democracia, el rol de la juventud fue clave. “¿Cómo lograba que jóvenes y adultos, tanto mujeres como hombres lo siguieran y respetaran? ¿Cómo lograba la fidelidad de los punteros?” se pregunta Gastaldi acerca del perfil político de Mollar. “Pues un hombre del pueblo, de origen humilde, muy lejos del patriciado cordobés, de los doctos y universitarios, que tenía dentro del mismo partido mucha oposición, el hombre común, el viejo afiliado lo seguía y respetaba”, reflexiona el leonense.  

Efectivamente, Mollar era un hombre que se había hecho a sí mismo, en el mundo del trabajo y de la política, que no podía acreditar formación académica, pero que aportaba la experiencia recogida durante más de 50 años de militancia manteniendo vivos los principios fundacionales del radicalismo en los períodos de proscripción, aun a riesgo de su propia vida, de los intereses personales y de la seguridad de su familia. Esto lo hacía creíble y su sola presencia imponía respeto: su físico robusto y contundente, el ceño fruncido y la mirada severa ayudaban.

Visita al presidente Raúl Alfonsín junto a comisión Fiesta Nacional del Trigo.

Entre seguidores y detractores

Hilario veía la vida en blanco o negro, sin medias tintas, jugándose a todo o nada y enfrentando el resultado de sus decisiones con estoicismo. Cuando se sentía traicionado en su buena fe, podía ser bravísimo, inflexible, tajante y el corte de relación era abrupto y terminal. Por esto, algunos lo tildaron de personalista y autocrático, mientras que otros lo llamaron el “Gurka” -término que se popularizó con la Guerra de Malvinas.

La experiencia de la pobreza en primera persona durante su infancia, también influyó en su carácter y en su rol como político. De allí que una de sus preocupaciones fue trabajar denodadamente para favorecer a las clases más necesitadas a través de la mejora de la calidad de los servicios que el Estado debía prestar, razón por la cual puso su mirada en  las escuelas de zonas urbano-marginales y rurales, en la distribución y control del PAICOR, en agilizar la gestión de jubilaciones, en la apertura de geriátricos y asistencia a dispensarios y en el apoyo a instituciones públicas donde el Estado se encontraba ausente, obrando como intermediario entre las necesidades de la gente y el Gobierno. 

Por eso, el mayor caudal de sus votantes surgía de los barrios deprimidos y de gente trabajadora. Esto le valió que sus correligionarios detractores lo ridiculizaran con el apoyo de “Comisionista”. Héctor Calvo (3), quien conoció a Hilario cuando era un integrante de la Juventud Radical, recuerda:

A mi criterio, fue “El comisionista de la democracia”. Después de tantos años de dictadura, traficaba auxilio y favores entre los desamparados y arrimaba justicia social. Jamás dejó de atender a quienes lo necesitaban, de recibirlos, de escucharlos y darles una solución a sus problemas.

Quienes lo acompañaron desde su círculo más íntimo, tanto familiar como político, lo confirman. Para Mollar la política significaba servicio y nunca se sirvió de ella, a tal punto que nació, vivió y murió humildemente.

Sus últimos tiempos

Si bien con el advenimiento de la democracia había apoyado al movimiento angelocista, hacia 1990 su enfrentamiento con Eduardo Angeloz -amigo de la juventud y compañero  de tantas batallas- fue abrupto, terminante e irreconciliable. Entonces, en el Comité local, se unió al grupo de jóvenes que seguían a Ramón Mestre. Ganó las elecciones internas de 1991, pero perdió dos elecciones posteriores. Hacia fines de los 90, con cerca de 80 años, se retiró de la política de manera definitiva.

A la hora de recordar mayores datos de su legado político, resulta difícil rastrear su cuantiosa obra porque jamás llevó un registro de su actuación ni promocionó o publicó sus logros. A decir verdad, la prensa también le fue esquiva. 

Inauguración de la radio RC2, 2 de junio de 1986. 

Durante los primeros años del nuevo siglo, pasó sus últimos días recluido en su domicilio, acompañado y visitado por algunos familiares. Ese gran olfato -esa intuición que tenía para vaticinar y predecir sin margen de error cuál sería el resultado de una elección antes de abrir las urnas- no estuvo para prever el comportamiento de sus correligionarios en la nueva etapa de los 2000. Y muchos de aquellos radicales en quienes había confiado y proyectado su mismísima honestidad, al no encontrarlo ya de utilidad, le aplicaron la ley del descarte y del desconocimiento.

Los últimos años de su vida estuvieron signados por frecuentes episodios cardiovasculares, complicados por un cuadro de diabetes, insuficiencia respiratoria y renal hasta su fallecimiento, el 24 de noviembre de 2007. 

En la actualidad, ninguna calle o espacio público de Leones lo recuerda. No obstante, frecuentemente gente humilde y sencilla, hombres y mujeres de a pie, le dejan una flor en su tumba o un banderín de River Plate. Se refieren a Hilario con respeto y consideración, haciendo alusión a la ayuda recibida, al trabajo que les cambió la vida, a la jubilación o al remedio que les permitió transitar con cierto alivio. Actos solidarios que no siempre fueron llevados a cabo durante su periodo como funcionario público, sino también durante su etapa de comerciante.

El “Viejo”, el “Gordo”, el “Gurka”, el “Comisionista” para algunos; el senador, el benefactor para otros; “El caudillo del pueblo”, según la pluma de Mario Luna, o “El último radical, el radical de la provincia con todas las letras”, para José Manuel de la Sota (4), construyó un legado de acción y de valores que, como referente del radicalismo local, a 40 años de la restauración de la democracia, siguen presentes. 

(*) Hija de Hilario Mollar. Docente jubilada del nivel secundario y superior, periodista e historiadora. 

Fuentes, notas y referencias bibliográficas: 

(1) Datos aportados por Hilario “Lalo” Mollar, hijo de Hilario.  

(2) Entrevista de la autora a Horacio Gastaldi. Leones, 15/11/2023.

(3) Entrevista de la autora a Héctor Calvo. Leones, 15/11/2023.

(4) Esta expresión fue empleada por José Manuel de la Sota al referirse a Hilario Mollar durante una conversación con un grupo de militantes justicialistas, ante la presencia de una leonense, en el marco de un acto celebrado en Rosario, al comenzar su campaña proselitista.

Fotografías: Colección Margarita e Hilario Mollar.

Producción y digitalización del fondo fotográfico: Paola Simonini (MuHLI).

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