Los hijos del rock | El crimen de Jorge Schuster

Por Carlos “Loli” Hurtado (*) | Especial para MuHLI

“Está cada uno de ellos en mí, eran hermosos, eran buena gente. Éramos tan chicos…”

Iliovich, Ana. “El silencio, Postales de la Perla”.

Esta investigación retoma una historia que, en parte, transcurrió en Leones y que tuvo un duro final en la ciudad de Córdoba. Un suceso trágico que no se difundió como lo merecía y que, si profundizamos sobre este “olvido” o “desinterés”, seguramente nos acercaremos a las causas que lo originaron: dicha historia involucró a la familia Schuster; en particular, a su hijo Jorge Ángel.

Los Schuster se caracterizaban por su itinerancia, por andar de pueblo en pueblo; es que Jorge, el padre, descendiente alemán, vendía repuestos de encendido del automotor y, según las demandas, se trasladaban de un lugar a otro. Así fue que Jorge Ángel nació en Rosario en 1954 y su hermana Patricia, en Buenos Aires en 1956.

Fue Patricia (1) quien contó que a Leones llegaron en 1962 desde Chepes, cabecera del Departamento “Rosario Vera Peñaloza” en el desierto riojano, y que sería en Leones donde Jorge Ángel finalizó la primaria y dio comienzo a sus estudios secundarios en el Instituto “José María Paz”. A la vez, Patricia recordó que entre sus amigos estaban Ovidio Garrone y uno de los chicos Sturich, familia que tampoco era de este pueblo y que terminó emigrando a Estados Unidos.

Jorge Ángel Schuster participó de la Milicia Juvenil “Santo Tomás de Aquino”, una agrupación que en sus inicios atrajo a numerosos jóvenes, quienes por los rasgos conservadores de la misma se fueron alejando progresivamente. El papá de Jorge Ángel integraba la Comisión y, según Patricia, su hermano era creyente, pero “sin profesar la fe ni cumplir con los rituales”, introvertido, de poco hablar.

En Leones, los Schuster tuvieron varias viviendas: primero, en calidad de préstamo, en una casa esquina de la familia Venier (2); luego otra detrás del Hospital San Roque, sobre la calle San José; y por último, una en la avenida Igoillo, que simulaba ser de troncos, pero era de cemento. En esta historia de niños, nos cruzamos con Jorge Ángel en aquella casa de los Venier: allí, disfrutamos de su generosa pileta; un espacio solidario que nos permitió jugar sin desigualdades.

Jorge Ángel junto con amigas.

A fines de 1968, los Schuster se mudaron a Río Ceballos. Allí, Jorge Ángel mostró un fuerte interés por la música y la guitarra, abrazó el rock nacional, se regocijó con Litto Nebbia y Los Gatos, cantó a los Beatles en inglés sin estudiar música ni idioma y tocó en un grupo con el cual llegaron a actuar en Canal 10.

Como herencia paterna, a Jorge Ángel le entusiasmaba el ajedrez y disfrutaba al practicarlo. Con igual o mayor pasión, deseó ir a la universidad, aunque al principio, dudó en la elección. En 1973, se inscribió en Ciencias Biológicas (Universidad Nacional de Córdoba), donde cursó un año y abandonó. En el ´74, ingresó animado a Arquitectura y, al comenzar su segundo año, Patricia lo acompañó en la carrera.

Ella sostiene que su hermano no militaba en política y, como ejemplo, recuerda que una vez queriéndola proteger le demostró algo de indiferencia en este tema al decirle: “Si te dan un volante, aceptalo y después tiralo: porque si te agarran con uno podés ir presa”.

La familia, por estudios o negocios, viajaba diariamente entre Río Ceballos y Córdoba. Seguían como siempre, yendo y viniendo de un lugar a otro, pero sin notar que aquella “Docta” que tanto los había seducido, estaba cambiando aceleradamente: quizás por rutina o cotidianeidad, no analizaron en forma apropiada ciertos sucesos socio-políticos como el Cordobazo (1969), el Viborazo (1971), el Navarrazo (1974) y, principalmente, el ingreso a la provincia de organizaciones parapoliciales y paramilitares que incrementarían las situaciones de violencia.

De madrugada, en una calle de tierra

A las siete de la mañana del 4 de diciembre de 1975, a 7, 1/2 kilómetros de la Capital cordobesa, un trabajador se encontró en un camino de tierra –cerca de la ruta 5, que va al dique Los Molinos- con los cadáveres de cuatro jóvenes. Un llamado anónimo informó a la policía sobre este hallazgo y minutos después, el dueño de un cortadero de ladrillos, advirtió que en el Kilómetro 13 había otros cinco cuerpos; al pasar las horas, se confirmaron que los nueve cadáveres eran de cinco ciudadanos bolivianos, uno peruano y tres argentinos de los cuales dos eran cordobeses y, el otro, rosarino. (3)

Las víctimas tenían sus manos atadas a la espalda, ojos vendados, bocas cubiertas con telas, fracturas en cráneos y, por las torturas y castigos recibidos, hematomas y contusiones en sus cuerpos: los estudiantes estaban indefensos cuando los abatieron con ráfagas de ametralladora y tiros de gracia. (4)

En referencia al hecho, La Voz del Interior publicó: “Tras una noche de zozobra (…) de ulular de sirenas, de disparos lejanos, los noticieros radiales de la mañana informaron, con el laconismo habitual en estos casos, que nueve jóvenes habían sido asesinados y sus cadáveres encontrados en un paraje de las inmediaciones de Córdoba. (…) Nueve jóvenes -nadie había determinado si eran inocentes o culpables de algo- fueron arrancados de su morada y llevados a las afueras, siguiendo el ritual de siempre, que termina con ejecuciones ya rutinarias de la madrugada”. (5)

El rosarino era Jorge Ángel Schuster

Como ya era costumbre, el padre de Jorge Ángel se encontraba de viaje. Al día siguiente, el 5 de diciembre de ese año, mientras desayunaba en una estación de servicios sobre la Ruta 9 en Leones, al leer el diario se informó de lo ocurrido. Por aquellos tiempos, no era fácil comunicarse.

Llegó cerca de la noche a Río Ceballos, en pleno velatorio. En su casa, se habían enterado a las ocho de la mañana gracias al señor del hotel, quien había recibido una llamada requiriendo comunicarse a un número que dejaban; la madre así lo hizo y allí le dijeron que Jorge Ángel había tenido un “problema” y que debían ir a verlo. Ella pensó en un accidente, en una internación y preparó un bolso con ropa para llevarle.

Llegaron a Córdoba a las 10 de la mañana. La mamá, Ofelia Burgos, acompañada por Patricia y el dueño de un autoservicio del pueblo con su hijo (amigo de Jorge Ángel) descubrieron que el llamado se había hecho desde una sala velatoria. Allí, le mostraron el diario y le solicitaron ir a reconocer el cadáver al Hospital San Roque. Una vez en la morgue, entraron la mamá y el vecino, y no quedaron dudas.

Ofelia salió desarmada, destruida por el dolor; desde ese momento, sufrió horrores su ausencia. Patricia afirma que “nunca pudo superarlo”. Ese mismo día, retiraron el cuerpo de Jorge Ángel y, a los demás, los entregaron al Cónsul de Bolivia y a algunos familiares.

Oriunda de Obispo Trejo, en el norte de Córdoba, Ofelia gozaba, hasta ese momento, con sus pinturas y la lectura; pero desde aquel día, se consagró al encierro, creyendo que la radio y los rezos iban a atenuar tanto dolor. Al inicio, una misa cada 30 días; después, dos al año (para las fechas de nacimiento y del asesinato) actividades que, debido a su ceguera y depresión, suspendió a partir del año 2005.

En Río Ceballos, los Schuster vivían en un pequeño departamento, insuficiente para el velatorio; unos amigos les prestaron una casa amplia. Patricia cuenta que el féretro estaba cerrado, que “tenía una ventanita por la que se le podía ver un pedacito de su cara…”; que muchos vecinos participaron expresando dolor e incomprensión por lo ocurrido y que unos profesores de Arquitectura dijeron conocerlos muy bien y que no militaban en política.

Los autores del crimen

A Jorge Ángel Schuster lo enterraron en el cementerio de Río Ceballos, inaugurando las partidas. Al tiempo, un sábado de junio de 2000 por la noche, falleció su papá y lo sepultaron al día siguiente queriendo el azar que coincidiera con el Día del Padre. En 2014, murió la mamá, poniendo fin a su martirio.

Al día siguiente de hallados los cuerpos, se supo quiénes eran los autores. El Comando Libertadores de América-Pelotón General Cáceres Monié Regional Córdoba (CLA) había repartido panfletos en barrios obreros y zonas industriales, adjudicándose la ejecución de los estudiantes por “subversivos apátridas” y por asesinar en Córdoba al Comisario Principal (R) José Elio Robles, el 3 de noviembre de 1975, y a nueve soldados en el ataque al Regimiento de Infantería de Monte 29 en Formosa, el 5 de octubre de 1975.

Del CLA, se dijo que eran las Triples A cordobesas y, si bien tenían similitudes, se diferenciaban entre sí porque el primero dependía del Ejército y las segundas del poder político. Después, algunos testimonios confirmaron que la misión del CLA había sido preparar el golpe de Estado de 1976.

El padre de Jorge Ángel quiso averiguar sobre lo ocurrido: fue a la casa de donde los sacaron y vio el desorden; no entendió (al principio) lo escrito en las paredes. Juntó datos de los participantes, de quienes ordenaron el allanamiento, sus apodos y habló con algunos padres de las víctimas, pero su abogado le pidió que no continuara, que “la mano venía pesada”; que “pensara en la familia, en su hija”. Algunos vecinos le comentaron que en el velorio hubo personas extrañas, raras, desconocidas que observaron a todos; y así, el padre resignó su búsqueda.

En forma paralela, don Schuster gestionó una indemnización, pero como el crimen fue “previo” a la dictadura, le informaron que no le correspondía a su familia. Con el tiempo, al cambiar la normativa, en 1991 se incorporaron las víctimas del terrorismo de Estado previas al 24 de marzo del ´76: entonces, el padre reimpulsó el trámite, pero falleció al poco tiempo. Al final, le fue otorgada la indemnización a la familia de Jorge Ángel, pero la madre se opuso a cobrarla con una frase difícil de refutar: “No haré comercio con la vida de mi hijo”.

Ofelia no tenía casa propia; Patricia sí y con un amplio terreno: entonces, le recordó que Jorge Ángel siempre le decía “Mamá, cuando me reciba te haré la casa” y le propuso construir con ese dinero la “suya” en el patio de ella, y así vivir juntas. Algunos vecinos apoyaron esta idea de cumplir con el deseo del hijo y Ofelia aceptó las sugerencias. La indemnización llegó en el 2000 en “Bonos de Consolidación de Deuda Bocon Proveedor”, bonos dólares, en 120 cuotas por mes y a 10 años. Así, tuvo“su” casa junto a la de Patricia, falleciendo a los 91 años sin llegar a enterarse del fallo de la justicia sobre el asesinato de su hijo.

La vida de Patricia también se vio fuertemente alterada: retomó su carrera en el ´76, pero al no sentirse bien con algunas modificaciones introducidas decidió cambiarse a la Universidad Católica de Córdoba, donde -con reconocimiento de equivalencias- cursó hasta el 3° año (en 1980) para después abandonar Arquitectura en forma definitiva.

Finalmente, se inscribió en Decoración de Interiores, en la Escuela Spilimbergo, a metros de la Central de Policía. Allí logró finalizar sus estudios: hoy, no duda en reconocer que “sus idas y vueltas, se relacionan con los traumas generados por el asesinato de Jorge Ángel y el consecuente destrozo anímico de toda la familia”.

Eran 10

¿Por qué esta tragedia? ¿Habrá razones para justificar tanta barbarie? Las respuestas, demoradas, fueron durante un largo tiempo cómplices de impunidades y asesinos. No resultó sencillo reconstruir lo sucedido. A continuación, una crónica de lo ocurrido, a partir de investigaciones periodísticas que fueron apareciendo desde 1975 y se profundizaron en 2009, de producciones teóricas y de informes de la Megacausa “La Perla”, que tuvo lugar entre 2012 y 2016.

El 3 de diciembre de 1975, Jorge Ángel partió de Río Ceballos para reunirse por la noche con compañeros de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la UNC ¿El motivo? Concluir un trabajo final que debían entregar. Antes, Jorge Ángel le comentó a su papá que iban a trabajar durante uno o dos días y también que, tiempo atrás, les habían robado en aquella casa. El padre, preocupado, les llevó mercaderías y le pidió a su hijo que por favor se cuidara.

La reunión se hizo en un chalé de barrio Jardín que, en aquellos tiempos, se ubicaba entre bulevar Hipódromo y la calle Tacuarí. Lo alquilaban varios extranjeros, quizás atraídos por los rasgos del barrio y por sus múltiples y variados alojamientos estudiantiles.

Esa noche, Jorge Ángel se encontró con Jaime Moreira Sánchez, Luis Rodney Salinas Burgos, David Rodríguez Nina, Luis Villalba Álvarez, Alfredo Saavedra Alfaro (bolivianos), Jorge Raúl Rodríguez Sotomayor (peruano) y con los cordobeses Rubén Américo Apertile y Ricardo Rubén Haro. Con él, eran nueve.

De todos ellos, solo Alfredo Saavedra Alfaro y Jorge Raúl Rodríguez Sotomayor no estudiaban Arquitectura, sino que cursaban en la Universidad Tecnológica Nacional. Estos encuentros, habituales en dicha Facultad, eran prácticas recurrentes del Taller Total, que promovía una propuesta innovadora, crítica y solidaria. (6)

Lo ocurrido esa noche quedó oculto, en silencio, durante un extenso período. La verdadera historia comenzó a develarse en 2009, cuando un cronista cordobés ubicó en Villazón (Bolivia) a Cornelio Saavedra Alfaro, hermano menor de Alfredo Saavedra Alfaro, quien también vivía en el chalé. En el ´75, Cornelio tenía 18 años y cursaba Geología en la UNC.

A esta entrevista periodística, Cornelio la confirmó y amplió cuando declaró en la Megacausa “La Perla”, entre 2012 y 2016. En sus testimonios, intentó distanciarse de las explicaciones políticas, comentando que esa noche estuvo en la sede de Talleres viendo por televisión cómo éste jugaba con River Plate y que aquel 3 de diciembre llegó al chalé cerca de las 23.30 horas.

Por entonces, el grupo ya estaba abocado al Trabajo Final. Cornelio contó que, después, lo conmovería pensar que “los cordobeses Rubén Américo Apertile, Ricardo Rubén Haro y el rosarino Jorge Ángel Schuster ignoraban que habían llegado al peor lugar y en el peor momento…” (7)

Cornelio Saavedra Alfaro declaró que se fue a dormir a un pequeño cuarto de servicios, ubicado al fondo de la casa y hacia el sur. Así, de modo involuntario, se transformó en el único testigo de aquella historia. Esa noche, en esa casa, no habían sido nueve, sino 10.

Al día siguiente, sabiendo el riesgo que corría, “desapareció” del escenario cordobés. Cornelio comentó: “[Mi hermana] vivía con otras compañeras y juntó plata para esconderme; la primera noche dormí de una familia boliviana, la segunda en otra casa y al tercer día el Cónsul de Bolivia en Córdoba me dio un pasaporte provisorio o salvoconducto con otro nombre y así, con plata y documento llegué a Jujuy y luego a Villazón, donde me dijeron que corría riesgos y me fui a Potosí a estudiar en la Universidad Autónoma “Tomas Frías”; allí, supe que un policía del presidente Hugo Bánzer Suárez, siempre me seguía”. (8)

El testigo boliviano contó que todo se había iniciado dos meses antes, cuando dos policías (uno mostrando su credencial) allanaron el chalé por primera vez, a eso de las 22 horas. En aquel momento, él estaba con otro de los jóvenes y, al regresar los demás, advirtieron el faltante de dinero y objetos de valor. Los más enojados (y más perjudicados) fueron el peruano Jorge Raúl Rodríguez Sotomayor y los bolivianos de Potosí, David Rodríguez Nina, Jaime Moreira Sánchez y Luis Rodney Salinas Burgos. “Ellos recibían 300 ó 400 dólares por mes mientras que yo, mi hermano Alfredo y Luis Villalba Álvarez, unos 15 mensuales”, diría Cornelio al matutino cordobés (9)

En esa oportunidad, los mismos muchachos dijeron que cuando venían vieron pasar un Falcon crema con cinco policías y agregaron que en barrio Alberdi habían ocurrido casos similares con policías en un Falcon amarillo. Indignados, fueron a denunciarlos y la respuesta policial no fue la que esperaban: “Si piensan que les vamos a tomar una denuncia contra policías, están locos. La única forma es que digan que no estaban y que no saben quiénes les robaron. Si no, rajen y no vuelvan por acá”. Además, en la Policía les dijeron que las denuncias debían hacerse en el Cabildo. (10)

Ellos estaban empeñados en denunciarlos porque otros policías (compañeros de trabajo del estudiante peruano) así les habían recomendado. Los recibieron y ya frente al dibujante, Cornelio comprendió que éste no tenía ningún interés en hacer los retratos como él le explicaba.

En los días siguientes, advirtieron que sobre el bulevar Hipódromo estacionaba un Falcon con policías y se enteraron que, entre la noche del 29 y la madrugada del 30 de noviembre de 1975, alguien había matado al “pastor alemán” de la casa contigua de un balazo nueve milímetros en la cabeza. “Uno de los vecinos, gerente de un banco, creyó que éramos nosotros cuando eran los policías que despejaban el terreno para entrar a nuestra casa”, analizó Cornelio en su testimonio ante los jueces.

El sobreviviente dijo que esa noche se acostó y cerró la puerta con llave. A eso de la 1.30 de la madrugada saltó al escuchar un portazo y que golpeaban muebles y a los jóvenes, al grito de “Escuchen, hijos de puta, ustedes son los que nos denunciaron”.

Cornelio precisó que quisieron entrar a su habitación y que al ver que tenía llave y nadie respondía, no insistieron. Al rato, desde la ventanita vio cómo se llevaban a sus amigos y volvían a entrar (tres o más veces) para robar radios y aparatos de arquitectura de alto costo, a los que sacaban por la puerta del fondo.

Después, se confirmó que a los estudiantes los obligaron a abordar varios vehículos para su traslado. La Voz del Interior publicó que frente a la casa estacionaron un Peugeot 404 y un Renault 12 blancos y varios vehículos más con “sujetos que empuñaban armas cortas y largas”. (11)

Al irse, para desviar la investigación y anticipar lo que harían, los policías escribieron en el frente de la casa “9 por 1. Comando Cáceres Monié”. La frase refería a un hecho ocurrido la noche anterior, en la que un grupo armado mató al militar Jorge Esteban Cáceres Monié y a su esposa; la consigna, era un discurso de “venganza”. (12)

Sin embargo, el matutino cordobés publicó que los estudiantes no eran activistas, no pertenecían a agrupaciones de izquierda y no militaban en política. “Lo único que hacían era estudiar y su hobby era la música”, afirmó La Voz del Interior. (13) Dicha crónica acercó a nuestra memoria aquellas palabras de Patricia resaltando la responsabilidad de Jorge Ángel en el estudio y su pasión por el rock nacional; una opinión de valor que coincidía con aquel artículo periodístico.

La reflexión de un ex compañero de estudios, Alejandro Cohen, es similar a la opinión de Patricia, al describir al grupo del cual formaban parte Rubén Apertile y Ricardo Haro: “Eran uno de los principales ´cables a tierra´ que tenía, eran esa cotidianeidad imprescindible, junto (…) con la militancia estudiantil anclada en la idea de ´cambiar el mundo´ (pero, además, había) otras ´tribus´ más libertarias. En esa época me parecían tipos muy underground, casi hippies, o tal vez hijos del rock (…) siempre acordes con las botitas, los pantalones entallados y ese aspecto de músicos de rock (ahora lo entiendo) que me fascinaba de ellos y que conformarían ese diálogo entre dos culturas, la de los ´militantes´ y la de los ´under´. ¿Que nos unía? Ser contemporáneos, querer disfrutar de la época, la arquitectura y sus delirios creativos, nuestra modernidad a lo macondo, la vida (…) Y así los recordamos. Recuperando el plural y el cantar de Dylan, soplando en el viento”. (14)

Las actividades de Ricardo Haro también abonan estos dichos: estudiaba, trabajaba en el Ferrocarril General Belgrano y era baterista de un grupo de rock llamado “Encuentro duro”.

Cornelio, el sobreviviente, se sumó a estas opiniones confirmando en La Voz del Interior que “ninguno de los estudiantes era activista ni pertenecía a agrupaciones de izquierda. No militaban en política; los unía el estudio y la música…” Su ex compañero, Alejandro Cohen, amplió tales conceptos diciendo que “usaban el pelo largo y sandalias en verano, y seguían con esa musiquita libertina, practicando la libertad: un peligro (…) los mataron por ser estudiantes, por ser jóvenes…”. (15)

Aunque demorada, llegó la justicia

La Megacausa “La Perla” se inició el 4 de diciembre de 2012, a 37 años exactos del crimen de los estudiantes. El Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de Córdoba (TOF1), responsable de la investigación y la sentencia, estuvo integrado por Jaime Díaz Gavier, Julián Falcucci, José C. Quiroga Uriburu y, en representación del Ministerio Público Fiscal, Facundo Trotta.

La causa fue el cuarto juicio de lesa humanidad tramitado en este juzgado; los hechos constaron de 22 expedientes, con delitos ocurridos en el Centro Clandestino de Detención (CCD) “La Perla” entre 1975 y 1978: 705 víctimas (entre muertos, desaparecidos y sobrevivientes), 43 imputados (la mayoría, ya condenados por delitos similares) y 900 testigos. Por su complejidad, fue uno de los juicios más importantes en el país: abarcó 354 días de audiencias durante tres años y ocho meses.

La Megacausa fue muy importante en el tema que estamos abordando porque incluyó investigaciones, secuestros, tormentos y asesinatos cometidos entre 1975 y los primeros días de marzo de 1976 por el D2 y las fuerzas militares que dependían del Batallón 141 que, por aquellos tiempos, se ubicaba en la calle Ricchieri, en el parque Sarmiento, donde hoy se encuentra la Ciudad de las Artes.

La masacre de los estudiantes figura en el Expediente N°12.627 “Barreiro, Ernesto Guillermo y Otros de Privación ilegítima de la libertad agravada, imposición de tormentos agravados y homicidio agravado”, que habían sido iniciados al comienzo de la democracia como “Causa 31-M-87” y suspendido (bajo un discurso de reconciliación y pacificación nacional) por las leyes de Punto Final N° 23.492/86, de Obediencia Debida N° 23.521/87 (gobierno de Raúl Alfonsín) y los indultos mediante decretos N° 1.002/89, 2.741/90 y 2.746/90 (gobierno de Carlos Menem). La causa “Barreiro” tuvo 82 víctimas: 13 sobrevivientes, 21 muertos y 48 desaparecidos.

El Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba –también conocido como el D2- fue un engranaje clave en el terrorismo de Estado provincial, porque conocía y controlaba el territorio pudiendo elaborar un “Registro de Extremistas” a ser secuestrados y desaparecidos. Entre el ´74 y el ´83 se estructuró con un primer jefe, un segundo y cinco departamentos: Personas, Informaciones, Operaciones, Logística y Judicial. El de Informaciones (D2), a su vez, tenía jefe y subjefe responsables de las brigadas o patotas que secuestraban, torturaban y llevaban a los secuestrados a los CCD.

El Estado, al combatir la subversión durante 1975 e inicios de 1976, mostró dos etapas: la primera, una estructura “informal” (o ilegal) con policías, civiles y militares y, la segunda, desde octubre del ´75, una estructura dirigida por el Ejército para aniquilar la subversión. El interventor federal Brigadier Lacabanne utilizó el D2 para perseguir adversarios políticos y así fue que en el ´75 se produjeron distintos hechos con responsables civiles y miembros del Ejército.

Las pruebas mostraron que Héctor Pedro Vergez -llegado a Córdoba en diciembre de 1974- creó y organizó al Comando Libertadores de América (CLA). Tal como afirmó en su libro Yo fui Vargas vino con una carta para Lacabanne de “la jerarquía más ortodoxa y antisubversiva del peronismo”. De esto, se deduce que la misma fue enviada por José López Rega.

El TOF1 emitió su sentencia el 25 de agosto de 2016, generando algarabía en miles de personas movilizadas a la espera del veredicto. No era para menos: los genocidas condenados a prisión perpetua fueron 28, encabezados por Luciano Benjamín Menéndez, ex jefe del Tercer Cuerpo de Ejército y, por ende, responsable máximo de los crímenes en la subzona 33, Zona 3. Menéndez, degradado como general por parte del Ministerio de Defensa de la Nación en 2011, murió el 27 de febrero de 2018 con 90 años y 15 condenas, 13 a prisión perpetua.

Si bien la mayoría de las víctimas pasó por La Perla, también se registraron casos en Campo de la Ribera, el Departamento de Informaciones de la Policía D2, la Casa de Hidráulica y en el Puesto Caminero de la localidad de Pilar; hoy, los tres primeros son Espacios para la Memoria y Promoción de los Derechos Humanos. De los 43 represores acusados, la mayoría pertenecía al Ejército, a la Policía provincial, a la Gendarmería y a la Fuerza Aérea; 10 de ellos (entre los cuales destacan Vergez, Barreiro y Diedrichs) se presentaron por primera vez en un juicio de lesa humanidad.

Menéndez, designado jefe del III Cuerpo de Ejército el 3 de septiembre de 1975 (antes del asesinato de la familia Pujadas por el CLA) encabezó una represión clandestina llamada “Táctica del terror revolucionario”, que supuso llevar adelante atentados y ejecuciones de personas, escribiendo consignas que responsabilizaran a distintas organizaciones de izquierda.

Esta práctica intentaba “mostrar el peligro de la subversión” y, a la vez, “justificar” y “legitimar” la actuación de las fuerzas represivas. Así, demostraban poder y control: no se podía discutir al régimen.

Esta metodología alcanzó niveles inéditos de crueldad al considerar a los “enemigos” como “delincuentes subversivos”, que “atentaban contra la civilización occidental y cristiana”. (16) Tal amplitud en la definición (y ambigüedad) incluía a todos los que pensaban distinto: hombres y mujeres de cualquier edad o clase social, estudiantes, obreros, periodistas, religiosos, peronistas, radicales, comunistas, socialistas, gremialistas o miembros de organizaciones de derechos humanos.

Toda persona diferente se convertía en un “blanco potencial”. Con la llegada del capitán Héctor Vergez, del Grupo de Operaciones Especiales del Destacamento de Inteligencia 141 “General Iribarren”, el Ejército asumió la coordinación de la represión y a fines de 1975 se dio inicio al primer campo clandestino de detención (CCD) en Córdoba, en la antigua cárcel militar de Campo de la Ribera.

“Pum, al suelo; pum, al suelo…”

A los imputados en la causa “Barreiro” se los acusó de “privación ilegítima de la libertad agravada, imposición de tormentos agravados y homicidio calificado”. Los testimonios de algunas víctimas, no dejaron lugar a dudas (17):

Cecilia Suzzara dijo que “antes del golpe del ´76, ya existía el CLA integrado por militares y civiles entre quienes estaban (Chubi) López y Lardone; su jefe era Vergez”; recordando que “dinamitaron a la familia Pujadas y secuestraron a un grupo de estudiantes bolivianos y los fusilaron”.

Carlos Raimundo Moore afirmó que “en el ´75 Vergez, alias Gastón o Vargas, dirigía al CLA que integraban Antón, Lucero, Yanicelli, Molina, Flores, siendo en total unos 15 o más; que se conducían en varios vehículos (a los que detalló minuciosamente) y que habían ingresado a una pensión estudiantil secuestrando a uno o dos argentinos, tres bolivianos y dos o tres peruanos y alguno de otra nacionalidad; que en total eran nueve y que los asesinaron en el camino viejo de tierra a Despeñaderos a cuatro o cinco kilómetros de Córdoba, en la ruta N°5; que el hecho fue panfleteado en barrios obreros periféricos y zonas industriales, tal lo concebía Menéndez, como parte de su táctica del terror revolucionario”.

Liliana Beatriz Callizo dijo que estando en La Perla escuchó al personal decir que “en barrio Jardín no se olvidarían de ellos, porque no solo iban a morir los estudiantes bolivianos; se hacían cargo de la muerte de estos estudiantes”. También recordó que Vergez contaba relatos previos al golpe en los que había participado y que, entre ellos “estaba el asesinato de los estudiantes bolivianos y que otros (Herrera y Lardone) se jactaban de haber participado con Vergez”.

Graciela Geuna reconoció que Vergez en La Perla “decía ser el jefe del CLA, asumiendo públicamente lo ocurrido con los estudiantes bolivianos”.

Piero Ítalo Argentino Di Monte agregó que Vergez “relataba acciones del CLA y que, en una oportunidad, dijo que a los bolivianos los sacaron de una pensión, los fusilaron y los tiraron en la calle: que los agarraba “pum”, al suelo; “pum”, al suelo, sembrando la calle de muertos.

Gustavo Adolfo Ernesto Contepomi refirió que a Vergez lo llamaban Gastón y que un día en La Perla dijo a toda voz que “había sido el jefe del CLA y responsable de lo ocurrido a los Pujadas y a los estudiantes bolivianos”.

María Elena Mercado dijo que por sus actividades en la CONADEP (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) supo que en el caso de los estudiantes había sido el CLA y que, además, había salido en todos los diarios.

Entre otros, Luis Alberto Quijano -hijo de Luis Alberto Cayetano Quijano, Comandante de Gendarmería, segundo mando en el Destacamento de Inteligencia 141- inculpado en la causa y fallecido en 2015 contó que su padre lo obligó (desde los 15 años) a participar en los operativos y que, uno de ellos, fue aquel en el que asesinaron a un grupo de estudiantes de Arquitectura bolivianos, diciendo que eran del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) a los que les gritaban “Negros de mierda, quédense a arreglar su país en vez de venir acá”. Quijano expresó, además, que en su casa paterna “quedaron marcadores Rotring y una lámpara de las que usan en Arquitectura”, material que luego acercó al Tribunal. (18)

Los análisis realizados y los testimonios vertidos señalaron que la denuncia de los estudiantes había “dañado” el honor del grupo (es decir, el CLA) y que éstos creyeron necesario y conveniente recuperarlo por la fuerza y la “venganza”. A su vez, acordaron en que debían mostrar a los disidentes y a la sociedad en general, su capacidad para matar y la impunidad que los protegía: así, advertían a organizaciones guerrilleras y a todos los que pudieran afectar el orden establecido, lo que podía ocurrirles si se atrevían a transgredirlo.

La actuación del CLA reforzó su reputación tanto a nivel interno como externo, los testimonios así lo demostraron: se vanagloriaban de lo que habían hecho frente a sus colegas y ante los mismos prisioneros. A su vez, expresaban en voz alta que, gracias a su poder de muerte, merecían ocupar un estamento jerarquizado en la pirámide de la organización. (19) Todo ello, sostenido por una plataforma política que actuaba preparando el futuro por venir.

Jorge Ángel Schuster y sus ocho compañeros nunca llegaron a imaginarse las razones verdaderas de sus jóvenes muertes, crueles e injustas. Y así, los hechos y testimonios demostraron que los estudiantes fueron secuestrados, torturados y asesinados por el Comando Libertadores de América, integrado por miembros del Grupo de Operaciones Especiales del Destacamento 141 “General Iribarren” y del Departamento de Informaciones de la Policía de la provincia de Córdoba, el D2.

Dicho personal prestaba servicio en reparticiones militares y policiales, colaborando en secuestros, tormentos y asesinatos planificados, diseñados y supervisados por Menéndez en el marco de la “Táctica del terror revolucionario”, en compañía de Luis Gustavo Diedrichs como jefe de la Sección Primera del Destacamento de Inteligencia 141 “General Iribarren” y de Héctor Pedro Vergez, planificando y liderando al CLA.

En esta provincia militarizada, el CLA continuó con sus acciones antes y después del golpe de Estado del ´76. En los primeros días de enero de 1976 concretó el “Operativo Moncholos” afectando (con distintos desenlaces) a 116 militantes peronistas. Esta causa, también estuvo incluida en la Megacausa “La Perla” y el TOF1 falló con las condenas respectivas: es oportuno recordar que, entre las víctimas, estuvo el leonense Osvaldo Ravasi quien, más allá de la justicia establecida, aún continúa “desaparecido”.

El demonio y la condena

De este modo, el TOF1 falló con seis absoluciones, nueve condenas de dos a 14 años y 28 prisiones perpetuas. Del total de los 28 condenados a prisiones perpetuas, a 16 se les constató haber participado en el crimen de los nueve estudiantes. Estos 16 fueron: Luciano Benjamín Menéndez, Luis Gustavo Diedrichs, Héctor Pedro Vergez, Carlos Alberto Díaz, José Hugo Herrera, Ricardo Alberto Ramón Lardone, Emilio Morard, Arnoldo José López, Eduardo Grandi, Yamil Jabour, Carlos Alberto Yanicelli, Juan Eduardo Ramón Molina, Calixto Luis Flores, Marcelo Luna, Herminio Jesús Antón y Alberto Luis Lucero.

Como cierre de esta historia trágica, recuperamos aquellas palabras del arquitecto Bernardino Taranto, Secretario Académico de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño (UNC), recordando y denunciando la masacre y ciertos silencios cómplices:

“Algunos dijeron que las Universidades vivieron alejadas de la realidad del país, encerradas en urnas de cristal. No sé cuáles, pero seguro no nuestra Facultad. La violencia de afuera golpeó fuerte. Entre tantos mártires, el año 1975 le tocó a un grupo de alumnos de tesis que preparaban, una noche, su trabajo. En el grupo había cordobeses y bolivianos. Ni la Universidad ni el Decano se dieron por enterados. Por nuestro estudio desfilaron muchos compañeros de los estudiantes asesinados dejando su contribución, fondo con que ayudamos a repatriar los restos de los bolivianos. A los cordobeses los acompañamos en su entierro. Éramos un pequeño grupo de alumnos y docentes. Como única autoridad presente de la Facultad, me pidieron que dijera algunas palabras. Recuerdo haber dicho: ¨Qué país es éste en que los padres entierran a sus hijos¨. No imaginábamos que se acercaba una época en que los padres ni siquiera tendrían ese consuelo”. (20)

Como cierre, me pregunto: los genocidas ¿comprenderían que el único demonio eran ellos?

(*) Profesor y Licenciado en Ciencias de la Educación. Escribe en diarios y revistas, documentos técnicos y libros. Es conferencista internacional y nacional.

Notas y referencias bibliográficas:

(1) Patricia Schuster (hermana de Jorge Ángel) aún vive en Río Ceballos (Córdoba) y fue la fuente principal en lo referido a las características del grupo familiar. Esta información resultó de una entrevista cualitativa diseñada por el autor y para este trabajo. Incluyó cuatro instancias semi-estructuradas, que se efectivizaron durante el segundo semestre del año 2021: los diálogos fueron el 17 de agosto, 30 de septiembre, 2 de octubre y 1 de diciembre. Por ende, en este trabajo todas las referencias a la historia familiar provienen directamente de esta fuente informativa.

(2) Luis María Venier aclararía que la relación de parentesco entre ambas familias era por línea materna, ya que la mamá de Jorge Ángel, Ofelia, era hija de Ángel Venier, tío-abuelo de Luis María, que vivía en Rosario.

(3) Memorando de la Policía Federal del 15 de diciembre de 1975.

(4) Libro de la Morgue del Hospital San Roque-Informes de autopsias de la médica forense del Poder Judicial, María Sonnet.

(5) La Voz del Interior, 5/12/75. Citado en Paiaro, Melisa (2016). “Exhibir el terror. El Comando Libertadores de América: entre el asesinato político y la restauración de la honra”. En A. Servetto [et al.]; compilado por Ana Carol Solís y Pablo Ponza, Córdoba a 40 años del Golpe: estudios de la dictadura en clave local (p. 105). Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba [en línea]

https://ffyh.unc.edu.ar/editorial/wp-content/uploads/sites/5/2013/05/EBOOK_40A%C3%91OSGOLPE.pdf [Consulta: 1 de diciembre de 2021]

(6) El Taller Total fue una experiencia llevada a cabo en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (Universidad Nacional de Córdoba) entre 1970 y 1975. Se constituía como una propuesta integral de organización universitaria y métodos pedagógicos democráticos que pretendían vincular a la arquitectura con la realidad local y nacional. Ver Archivo Provincial de la Memoria. “Algo habrán hecho / 1 de julio – Día del Arquitecto / Arquitectos comprometidos con la realidad social”. [En línea] https://apm.gov.ar/em/algo-habr%C3%A1n-hecho-1-de-julio-%E2%80%93-d%C3%ADa-del-arquitecto-arquitectos-comprometidos-con-la-realidad [Consulta: 1 de diciembre de 2021]

(7) La Voz del Interior. 29/11/2009.

(8) Este hecho fue nominado “Quince”. Resolución Barreiro, pp. 129-132.

(9) y (10) La Voz del Interior. Op. cit.

(11) Citado en Paiaro, M. (2016), Op. cit. (p. 116).

(12) Se hace referencia al asesinato del general de División, Jorge Cáceres Monié, y de su esposa, Beatriz Sasiaín, el 3 de diciembre de 1975, cerca de las 19 horas, en Entre Ríos. En aquel momento cruzaban con su camioneta, en balsa, por el arroyo Las Conchas (entre Villa Urquiza y Paraná). Unos días después, el 10 de diciembre, Montoneros publicó en su revista Evita Montonera un comunicado adjudicándose el hecho, bajo el título de “Crónica de la Resistencia”. Una versión indica que “Menéndez impulsó la creación del Comando Libertadores de América en Córdoba, como forma de venganza del primer Oficial de Caballería que había matado la subversión…”

(13) La Voz del Interior. Op. cit.

(14) Citado en Novillo, Rodolfo (comp.) (2008). Arquitectos que no fueron. Estudiantes y egresados de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Córdoba asesinados y desaparecidos por el terrorismo de Estado, 1975-1983 (p.54). Córdoba: Comisión de homenaje FAUD, Universidad Nacional de Córdoba [en línea] https://faud.unc.edu.ar/files/Arquitectos-que-no-fueron-comprimido.pdf [Consulta: 1 de diciembre de 2021]

(15) Citado en Novillo, Rodolfo (comp.) (2008), Op. cit. (p. 55).

(16) Paiaro, M. (2016), Op. cit. (pp. 110-114).

(17) Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba (2012). Megacausa La Perla. Informe sobre el juicio al terrorismo de Estado en Córdoba. Córdoba: Comisión Provincial de la Memoria de Córdoba [en línea] https://apm.gov.ar/em/megacausa-%E2%80%9Cla-perla%E2%80%9D-informe-sobre-el-juicio-al-terrorismo-de-estado-en-c%C3%B3rdoba [Consulta: 1 de diciembre de 2021]

(18) Megacausa La Perla. Informe de la audiencia N° 237.

(19) Ibíd.

(20) Citado en Novillo, Rodolfo (comp.) (2008). Op. cit (p. 50).

Fotografías: gentileza de Patricia Schuster.

Comments(7)

  1. Creo que semejante relato no admite ninguna opinión desfavorable o contraria a los hechos acontecidos..La crueldad e impunidad con que se movían estas fuerzas policiales,militares eran de un indescriptible repudio…Solo debemos no olvidar.Y así como mi amigo Carlos Hurtado traer siempre a nuestros recuerdos estos tristes acontecimientos. LO MALO ES QUE LEJOS ESTÁN LAS NUEVAS GENERACIONES SABER REALMENTELA GRAN VERDAD DE ESOS AÑOS DE TERROR….

    Maria Delia Viscovig says:
  2. Jorge era amigo mío. Yo llegaba de Córdoba y me baje del ómnibus frente a la parroquia de Río Ceballos y lo encuentro a Jorge haciendo dedo para Córdoba y me dice: – Vamos para Córdoba, tengo un grupo de compañeros de facultad y estamos haciendo música, está bueno, dale, venite!!. Recién llego, estoy cansado, la próxima, si? . Nos saludamos hasta la próxima. Al otro día me llama al trabajo un amigo en común ,el Rulo Saavedra y dice que mire el diario. No lo podía creer…

    Jorge Corbellini says:
    • Jorge, yo tampoco podía creerlo cuando una tía que residía en Córdoba, llamo a casa para saludar por las fiestas, y me dice de improviso: “Lo mataron a Jorge Shuster”. Conmocionado, no pregunte que había pasado. Después supuse, con el tiempo, que por error, los habían confundido con subversivos (estaba al tanto de un anónimo que le llego a los padres de Jorge que decía “perdón, nos equivocamos”). Ahora, pensaba entonces, si requisaron el chalet y no encontraron armas, como pudo ser que los mataran “por subversivos”?. Hoy se sabe la verdad por las declaraciones del único sobreviviente. Si yo hubiera estado ese tres de diciembre en Córdoba y me hubiera enterado dónde iba a estar Jorge (lo adoraba como persona y amigo, y que gustaba como yo de la música, de seguro esa noche yo hubiera sido el décimo muerto.

      Miguel says:
  3. El error lo cometieron los estudiantes extranjeros, denunciar policías en esa época…una auténtica locura suicida.

    Miguel Decunto says:
  4. dije erp

    Miguel Decunto says:
  5. Cuesta creer que, cuando el 99,99% del pueblo apoyabamos a las fuerzas armadas y a la policía en su enfrentamiento mortal con un enemigo despiadado, agresor y que pretendía cambiar nuestra bandera por un trapo rojo, que produjo la mayoría de sus demenciales atentados durante un gobierno democrático elegido por el pueblo, esta gente del CLA haya perpetrado semejante barbaridad.

    Miguel Decunto says:
  6. Maria Viscovig, si los agresores marxistas no hubieran hecho lo que hicieron, si Perón no los hubiera alentado, si esos degenerados asesinos no se hubieran lanzado a una guerra de exterminio contra ejército y policía, el CLA nunca hubiera existido y Jorge y los ocho compañeros hoy serían abuelos.

    Miguel Decunto says:

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